Los cepúsculos
LOS CREPÚSCULOS.
El Ocaso se puebla de recuerdos
y emergen del misterio luces y sombras nuevas
llenas de los efluvios del deseo
y del aroma a hierba fresca.
En esta hora difusa
se convoca al rocío y se dispone
la ofrenda
para que cuando alcancemos el alba
el cristal de la noche
nos revele sus puertas,
por donde llegará
el torrente confuso de nuestras propias metas.
Lejano hedor de muerte
nos mueve a la tristeza;
mas la seguridad de un nuevo día
en ruta nos encuentra.
Una remota lejanía
nos sacia de principios
y biografías viejas.
El vigoroso aliento de la anochecida
enaltece la tierna
cadencia de las manos que acarician
las manos del delirio
tibio que nos incendia.
Es tan cierto el ocaso como el bosque
donde la sombra anida
y en soledad se encierra.
Entre el dolor de la espesura
hay claros de complacencia.
La cumbre de lo abstracto
nos dedica la ofrenda
de la música grave de la miseria hiriente,
sobre el pantano de la tragedia.
¿Es esto el diapasón de la amargura?.
La sierpe del silencio,
se desliza trepando al horizonte,
que sus horarios trenza,
desde el prado del tiempo.
Con gritos y plegarias ,
las voces de los hombres,
de la soledad, nos consuelan.
Difícil disfrutar en despoblado
del balanceo entre el crepúsculo
y, de un nuevo calendario, el renacer de las hogueras.
En el choque entre el miedo y la esperanza
de paz, hay un remanso,
donde el dolor de las heridas cesa.
Los ojos del crepúsculo nunca están angustiados.
De reflexiones inundada,
la vida nos penetra
rebosante de rutas ignoradas,
en la hora del sueño de los pájaros
y, siempre, detrás de la arboleda,
hay un camino nuevo para los nuevos pasos.
En el panel de los principios
nos agarra
la angustia de paseantes solitarios.
Brisas de bosque a sierra
nos hace esclavos
de las esencias de lo eterno,
en lo solemne de sus arcos.
Casi nadie contempla amaneceres
porque en los pies descalzos
los llevamos.
La última luz se apoya
en las tinieblas de los campos
fraternos de la duda.
Al fin hay que esperar la luz del alba
que llega con un himno de entusiasmo.
El aliento final del horizonte
clava, en la divisoria, el navajazo
por donde sangrarán nuestras congojas.
Por los crepúsculos navegamos.
El viento de las aspiraciones,
la popa de los sueños, empujando,
hará el nuevo prodigio
del triunfo de un destino torturado.
15 Noviembre 1998.
Día de San Alberto Magno.
El Ocaso se puebla de recuerdos
y emergen del misterio luces y sombras nuevas
llenas de los efluvios del deseo
y del aroma a hierba fresca.
En esta hora difusa
se convoca al rocío y se dispone
la ofrenda
para que cuando alcancemos el alba
el cristal de la noche
nos revele sus puertas,
por donde llegará
el torrente confuso de nuestras propias metas.
Lejano hedor de muerte
nos mueve a la tristeza;
mas la seguridad de un nuevo día
en ruta nos encuentra.
Una remota lejanía
nos sacia de principios
y biografías viejas.
El vigoroso aliento de la anochecida
enaltece la tierna
cadencia de las manos que acarician
las manos del delirio
tibio que nos incendia.
Es tan cierto el ocaso como el bosque
donde la sombra anida
y en soledad se encierra.
Entre el dolor de la espesura
hay claros de complacencia.
La cumbre de lo abstracto
nos dedica la ofrenda
de la música grave de la miseria hiriente,
sobre el pantano de la tragedia.
¿Es esto el diapasón de la amargura?.
La sierpe del silencio,
se desliza trepando al horizonte,
que sus horarios trenza,
desde el prado del tiempo.
Con gritos y plegarias ,
las voces de los hombres,
de la soledad, nos consuelan.
Difícil disfrutar en despoblado
del balanceo entre el crepúsculo
y, de un nuevo calendario, el renacer de las hogueras.
En el choque entre el miedo y la esperanza
de paz, hay un remanso,
donde el dolor de las heridas cesa.
Los ojos del crepúsculo nunca están angustiados.
De reflexiones inundada,
la vida nos penetra
rebosante de rutas ignoradas,
en la hora del sueño de los pájaros
y, siempre, detrás de la arboleda,
hay un camino nuevo para los nuevos pasos.
En el panel de los principios
nos agarra
la angustia de paseantes solitarios.
Brisas de bosque a sierra
nos hace esclavos
de las esencias de lo eterno,
en lo solemne de sus arcos.
Casi nadie contempla amaneceres
porque en los pies descalzos
los llevamos.
La última luz se apoya
en las tinieblas de los campos
fraternos de la duda.
Al fin hay que esperar la luz del alba
que llega con un himno de entusiasmo.
El aliento final del horizonte
clava, en la divisoria, el navajazo
por donde sangrarán nuestras congojas.
Por los crepúsculos navegamos.
El viento de las aspiraciones,
la popa de los sueños, empujando,
hará el nuevo prodigio
del triunfo de un destino torturado.
15 Noviembre 1998.
Día de San Alberto Magno.
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